Imágenes propiedad de Hergé/Moulinsart. |
Línea clara: orden, equilibrio, racionalidad. Los personajes que se apartan de este perfil (Haddock, Milú, Castafiore…) son unos (benditos) cuerpos extraños en el universo de Hergé. El protagonista de este cosmos es el paradigma de lo racional. Un tipo frío, calculador, plano, previsible. La bestia negra del mundo de Hergé no es la maldad, sino la locura. El mal es una elección evitable. La locura un destino insoslayable, un camino sin retorno. La mayor amenaza.
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A finales de los 50 Hergé es tratado por un psicoanalista. Sus famosos sueños blancos. Se le sugiere al autor que deje de crear. Lejos de eso, da un paso hacía adelante y publica Tintín en el Tíbet, la historia de una premonición. Presentimientos, lamas voladores, visiones reveladoras…La crisis existencial del autor se gestiona introduciendo la irracionalidad en su obra...y en su vida.
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Tintín en el Tíbet es la última gran aventura de Tintín. Hergé cambia de pareja. Y se apasiona con el (irracional) arte contemporáneo. Deja en un segundo plano su profesión. Y cierra la serie con Las joyas de la Castafiore, su obra maestra, que bien podría haberse titulado El primer día del resto de mi vida. Se acaban los héroes perfectos, las grandes tramas, y se introduce el ruido, la imperfección, lo irracional cotidiano en la serie. Es el fin inevitable. Los dos siguientes títulos, sin querer prejuzgar la calidad de los mismos, poco o nada tienen que ver con el viejo Tintín. Pero es que ya no había vuelta atrás. El mundo dejó de ser cuadriculado para siempre. Lo irracional mató a Tintín y a la línea clara, pero salvó al señor Remi.
La lección de toda una vida que nos deja el autor...
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